EN MI TIERRA HAY DOS MUNDOS
Subí a hacer unas tomas en la huerta de don Ramiro, ya que he tenido una buena relación con ellos y porque admiro profundamente su labor; por temas de la pandemia, el destino ha cambiado mis flujos de vida, menos acelerados y más propensos a la meditación, he dejado un poco mi caminar en las ciudades y he emprendido un viaje hacia las montañas.
Al llegar al huerto de don Ramiro, me recibieron con una bonita sonrisa, me senté a su lado y empezamos a dialogar, aunque nuestra conversación fue interrumpida por otro campesino del lugar, el cual llevaba unos kilos de cebolla cargados al hombro y un gallo metido en un costal. Don Ramiro y Felipe lo saludaron, descargó la cebolla y el gallo, se sentó sobre la tierra y cuando habló empezó la magia... Hacía tiempo no sentía ese calor compinche, desosegado, tranquilo, fraterno, que producen las conversaciones de las personas nobles, "Conejo", así como lo llaman, le propuso a don Ramiro acompañarle a llevar el gallo a una casa aledaña y don Ramiro me miró con picardía, y con tranquilidad me propuso que los acompañase. Caminamos unas cuantas horas (don Ramiro ya ronda los setenta años y su vitalidad es más fuerte que el roble), yo me desplacé junto a ellos en silencio y no quise sacar la cámara, quería vivir el momento y disfrutarlo también, ellos conversaron todo el camino, con un caluroso carisma y yo los escuchaba mientras pensaba lo orgulloso que me sentía de mi tierra y su gente. Llegamos a otro mundo, un sitio muy por encima de la montaña, rural y agreste, entramos en la casa de doña Ana y observé un gran tablón, con unas sillas RIMAX y al costado un montón de ollas de lata sobre un fogón de leña, le pregunté a don Ramiro si ese lugar era un restaurante y efectivamente me dijo que sí, y yo quedé totalmente sorprendido, mi casa quedaba a unas dos horas caminando del lugar y no sabía que había un restaurante para los mismos campesinos, yo pensaba que ese mundo se había extinguido y que don Ramiro era el último campesino de mi tierra, y me sentí muy plácido, porque las raíces no se habían esfumado. Nos sentamos y doña Ana con su madre, nos ofrecieron algo para beber, con una actitud servil y una humildad bella, Conejo no quiso tomar nada, pero sí se comió unas galletas dulces, con paciencia y disfrute; don Ramiro y yo, bebimos una agua de panela hecha en leña; estuvimos un rato conversando y finalmente Conejo le entregó el gallo a doña Ana, minutos después nos retiramos, ya eran casi las cinco de la tarde, pero don Ramiro y Conejo tenían pensado seguir trabajando, los acompañé y pude sacar unas buenas tomas del huerto.
Me he sentido muy afortunado porque a pesar de estar inmerso en una sociedad que poco a poco olvida sus tradiciones, todavía hay resquicios de nuestras raíces; todavía hay campesinos en mi bella tierra.
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