UNA HISTORIA CONTADA EN ARRUGAS




Recuerdo que estaba sentado con un bastón y llevaba puestas unas gafas de sol, no miraba a nadie, simplemente esperaba expectante lo que íbamos a realizar, al verlo en su soledad decidí interrumpir su silencio, me senté a su lado e inicié la conversación, por unos minutos lo sentí seco, pero luego vi y sentí en él ese gran ser que ha aprendido de sus caídas y de sus malas decisiones.

—¡Cómo está mi señor! —dije.

Él me miró y sonrío.

—Bien muchacho —el don se quitó las gafas de sol y miró hacia el frente—, aquí estoy, escapándome un poquito del encierro.
—¿Y usted de donde es? —le pregunté.
—Muchacho yo soy de Envigado, allá nací, me crié —el don inclinó su cabeza y un silencio se apoderó de la conversación—; allá me volví viejo.

Al atender sus palabras sentí una necesidad inmensa de escuchar toda su historia, me acomodé en una silla rimax y guardé la cámara.

—¡Me encantaría escuchar su historia, si usted lo desea claro está! —crucé los dedos y esperé su respuesta.

Él me miró y soltó una carcajada.

—¡En serio quieres escuchar esa aburrida historia! —el don me miró con vacilación.
—¡Claro mi señor, estaría encantado de escucharla! —le dije.

El don cogió su bastón y lo acomodó entre sus piernas.

—Comencemos por el nombre —él extendió su mano y se presentó—, mi nombre es Carlos.

Yo me sentí apenado porque no comencé la conversación con mi nombre, así que también me presenté.

—Mucho gusto don Carlos, mi nombre es Jhonathan —sonreí y sentí una placidez en el cuerpo y creo que el tiempo mismo se detuvo por unos instantes.

Don Carlos suspiró.

—Yo nací en Envigado, en un tiempo donde solo hubo guerra —don Carlos se acomodó en su asiento—; y fui un delincuente, y consumí todo tipo de drogas —don Carlos frunció el ceño y habló entrecortado—, viví con mi madre casi toda mi vida y fui un desgraciado con ella.

Al atender sus palabras sentí la solemnidad de su espíritu  y lo seguí escuchando sin juicios de valor.

—Cuando mi madre murió se me calló el mundo, ya no tenía con quien estar... Yo estaba solo en la vida —don Carlos soltó un suspiro—; y ya estaba viejo, la vida me pasó en un suspiro y yo no me dí cuenta —don Carlos me mostró su calva—; calvo, enfermo y solo. 
—Don Carlos ¿Entonces como ha logrado sobrevivir todo este tiempo? —le pregunté angustiado.

Él se río.

—Yo tampoco lo sé —don Carlos cogió su bastón y lo apretó con fuerza—; sabes, me gusta mucho la música, creo que lo mejor de mi época fue la música —yo entendí la indirecta y cambiamos de tema.
—¡El rockcito es lo mejor! —lo miré de reojo y le hablé con un tono burlón.
—Y el Jazz, y el blues, un buen lompley de tango... O una buena tarde de son cubano —los ojos de don Carlos brillaron.

La conversación se extendió un poco y discutimos sobre los mejores discos de la historia, yo le hablaba sobre el club de los veintisiete y él me describía  la época dorada del jazz. hablé con él casi una hora y creo que esa hora se va a inmortalizar toda mi vida.

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