SUSURROS DE LOCURA
DÍA 32
DON AUGUSTO OLIVARES Y SU DIVINA COMEDIA
EL LIMBO
Don augusto Olivares murió entre la basura, pero su tragedia no terminó ahí, la muerte recogió su alma y la lanzó al vacío.
—Debes pagar, porque tu alma está manchada —la muerte se arropó con su manto de oscuridad y el sonido de su voz se escuchó cada vez más lejano—, ella no debía morir y tú no debías matarla, ahora el infierno debe abrazarte hasta que tu alma encuentre la redención.
Todo se tornó oscuro y el silencio habló en el infinito tiempo, no había espacio, no había memoria; un alma gris vagó, sin músculos y sin huesos; un alma gris vagó, embarcada hacia la nada.
Un aullido sonó, el silencio dejó por fin su discurso infinito y aquella alma gris abrió sus ojos, cuanto tiempo pasó, era difícil describirlo, solo sé que el silencio río junto con el tiempo y se marcharon en una simplicidad infinita.
—Ayúdame —una melancólica voz habló.
Don Augusto intentó hablar, pero ni una sola palabra salió de su boca, el silencio volvió a sonreír, ya que las almas en el infierno están destinadas a quedarse mudas.
—Ayúdame —la misma voz melancólica habló
El alma gris de don Augusto giraba y giraba intentando buscar ese sonido familiar, en un tiempo pasado lo había escuchado, en un tiempo pasado con sus manos lo había estrangulado.
—Ayúdame —la voz habló por tercera vez; y por cuarta y por quinta.
Don Augusto Olivares tocó tierra firme y lo que vio, lo llenó de sufrimiento y dolor; un mar de cuerpos de hombres y mujeres se divisaba hasta el infinito, ellos se arrastraban entre la tierra seca y yerma, pidiendo ayuda con gritos ahogados demostraban su profundo agonía. Don Augusto entendió su lugar e intentó tirarse sobre la tierra y arrastrarse junto con aquellos cuerpos desdichados, pero un golpe fuerte estremeció su alma, don Augusto intentó gritar de dolor, pero ni una sola palabra salió de su boca, ese era el infierno, por fin sus culpas se pagarían a un buen precio, por fin su amada tendría su redención.
—El lugar que buscas no es este —se escuchó la voz de una anciana.
Don Augusto Olivares giró su gris cabeza con exaltación y miró a su madre con una profunda tristeza.
—Me temo que también haz cometido un error —doña Agripina de Olivares movió su huesudo cuerpo, mientras que su blanco cabello se arrastraba sobre la tierra—, me temo que nuestros actos definen lo que somos y mi acto fue asesinar a tu hermano antes de nacer —doña Agripina levantó su mano y rozó con sus dedos el alma gris de don Augusto Olivares—; no lo sabías, porque cerré mi mente y preferí callar y no lo supo tu padre, porque lo odiaba —el cuerpo huesudo de doña Agripina se tiró sobre la tierra seca y empezó a arrastrarse junto con los otros cuerpos y finalmente unos gritos ahogados salieron de sus carcomidos labios—, ¡Ayúdame, debo encontrar a mi hijo muerto!
Don Augusto miró a su madre y lloró amargamente, tanto que la quiso, para él su madre era una diosa y su recuerdo lo había puesto en un pedestal lleno de elogios y es más, siempre trato de calcar entre sus amantes la personalidad de ella, y solo con una no surtió efecto, creo que esa mujer fue la antítesis de sus pretensiones, creo que ella eliminó los recuerdos de su madre y se impuso descaradamente, llenando todo el espacio que su vieja había dejado.
—¡Éste no es tu lugar, vete! —los hombres y mujeres le gritaban amargamente a don Agusto.
Aquella sombra gris empezó a correr y su agitación se notó a flor de piel, sus grises pies brincaban entre los cuerpos de aquellas personas desdichadas, un gran río de manos y pies marcaban una ruta y don Augusto corrió sobre ella durante años.
—¡Ése es el lugar al que perteneces! —un hombre levantó su mano y señaló una luz.
Don Augusto corrió, se introdujo en ella y sintió un olor a mierda insoportable, su cuerpo gris empezó a temblar, el sentimiento que lo abordaba fue el que causó todas sus desgracias.
DON AUGUSTO OLIVARES Y SU DIVINA COMEDIA
EL LIMBO
Don augusto Olivares murió entre la basura, pero su tragedia no terminó ahí, la muerte recogió su alma y la lanzó al vacío.
—Debes pagar, porque tu alma está manchada —la muerte se arropó con su manto de oscuridad y el sonido de su voz se escuchó cada vez más lejano—, ella no debía morir y tú no debías matarla, ahora el infierno debe abrazarte hasta que tu alma encuentre la redención.
Todo se tornó oscuro y el silencio habló en el infinito tiempo, no había espacio, no había memoria; un alma gris vagó, sin músculos y sin huesos; un alma gris vagó, embarcada hacia la nada.
Un aullido sonó, el silencio dejó por fin su discurso infinito y aquella alma gris abrió sus ojos, cuanto tiempo pasó, era difícil describirlo, solo sé que el silencio río junto con el tiempo y se marcharon en una simplicidad infinita.
—Ayúdame —una melancólica voz habló.
Don Augusto intentó hablar, pero ni una sola palabra salió de su boca, el silencio volvió a sonreír, ya que las almas en el infierno están destinadas a quedarse mudas.
—Ayúdame —la misma voz melancólica habló
El alma gris de don Augusto giraba y giraba intentando buscar ese sonido familiar, en un tiempo pasado lo había escuchado, en un tiempo pasado con sus manos lo había estrangulado.
—Ayúdame —la voz habló por tercera vez; y por cuarta y por quinta.
Don Augusto Olivares tocó tierra firme y lo que vio, lo llenó de sufrimiento y dolor; un mar de cuerpos de hombres y mujeres se divisaba hasta el infinito, ellos se arrastraban entre la tierra seca y yerma, pidiendo ayuda con gritos ahogados demostraban su profundo agonía. Don Augusto entendió su lugar e intentó tirarse sobre la tierra y arrastrarse junto con aquellos cuerpos desdichados, pero un golpe fuerte estremeció su alma, don Augusto intentó gritar de dolor, pero ni una sola palabra salió de su boca, ese era el infierno, por fin sus culpas se pagarían a un buen precio, por fin su amada tendría su redención.
—El lugar que buscas no es este —se escuchó la voz de una anciana.
Don Augusto Olivares giró su gris cabeza con exaltación y miró a su madre con una profunda tristeza.
—Me temo que también haz cometido un error —doña Agripina de Olivares movió su huesudo cuerpo, mientras que su blanco cabello se arrastraba sobre la tierra—, me temo que nuestros actos definen lo que somos y mi acto fue asesinar a tu hermano antes de nacer —doña Agripina levantó su mano y rozó con sus dedos el alma gris de don Augusto Olivares—; no lo sabías, porque cerré mi mente y preferí callar y no lo supo tu padre, porque lo odiaba —el cuerpo huesudo de doña Agripina se tiró sobre la tierra seca y empezó a arrastrarse junto con los otros cuerpos y finalmente unos gritos ahogados salieron de sus carcomidos labios—, ¡Ayúdame, debo encontrar a mi hijo muerto!
Don Augusto miró a su madre y lloró amargamente, tanto que la quiso, para él su madre era una diosa y su recuerdo lo había puesto en un pedestal lleno de elogios y es más, siempre trato de calcar entre sus amantes la personalidad de ella, y solo con una no surtió efecto, creo que esa mujer fue la antítesis de sus pretensiones, creo que ella eliminó los recuerdos de su madre y se impuso descaradamente, llenando todo el espacio que su vieja había dejado.
—¡Éste no es tu lugar, vete! —los hombres y mujeres le gritaban amargamente a don Agusto.
Aquella sombra gris empezó a correr y su agitación se notó a flor de piel, sus grises pies brincaban entre los cuerpos de aquellas personas desdichadas, un gran río de manos y pies marcaban una ruta y don Augusto corrió sobre ella durante años.
—¡Ése es el lugar al que perteneces! —un hombre levantó su mano y señaló una luz.
Don Augusto corrió, se introdujo en ella y sintió un olor a mierda insoportable, su cuerpo gris empezó a temblar, el sentimiento que lo abordaba fue el que causó todas sus desgracias.
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