SUSURROS DE LOCURA
DÍA 33
DON AUGUSTO OLIVARES Y SU DIVINA COMEDIA
LUJURIA
Las heces flotaban en el fango verde y se juntaban formando grandes montañas de mierda, en escasas ocasiones se percibían brillos dorados y se escuchaba el sonido de una campanilla cada vez que aparecían ¡Tilin!... Se veía un brillo dorado ¡Tilin!... Se escuchaban los susurros y los cuchicheos como si de conversaciones secretas se tratasen ¡Tilin!... El caos comenzaba y los cuerpos de hombres y mujeres desnudos peleaban unos con otros, algunos se veían gordos, otros flacos, unos se veían calvos, otros tenían grandes melenas, algunos se arrastraban en el fango y viajaban junto con las heces hasta las montañas de mierda, otros se introducían en las revueltas y se revolcaban fieramente hasta salir victoriosos con sus brillos dorados en sus manos; pero finalmente el brillo cesaba y aquellos cuerpos se miraban unos a otros, con ojos tristes, que denotaban un profundo vacío inconsolable.
Don augusto Olivares llegó a la segunda capa del infierno y su olfato sintió un olor familiar, suspiró y sus tripas se retorcieron , tuvo náuseas como nunca; tuvo asco como nunca. Éste es mi lugar y aquí tendré que expiar mis culpas pensó; con sus pies empezó a descender por la montaña de mierda y quiso introducirse en el fango verde para aclimatarse y empezar el acto y la búsqueda del tesoro, pero antes recordó el pasado.
—¡Quiero ser millonario y tener poder! —don Augusto Olivares gritó con exaltación.
Los habitantes del fango lo miraron y se rieron a carcajadas.
—para eso tienes que pelear conmigo —se escuchó la voz de un hombre de mediana edad.
—¡Pues muéstrate, quiero verte! —don Augusto miró sus manos grises—, así sabré quién es mi rival y no caminaré ciego como en el pasado.
Todos los presentes volvieron a reír a carcajadas.
—Aquí, todos somos enemigos —se escuchó la voz de una mujer, con tono jocoso y burlón—, ¿O crees que aquellos avivatos han construido sus fortunas sin pisar a sus rivales?
Una mujer emergió del fango y caminó dejando ver su torso desnudo, se acercó al lugar donde se encontraba don Augusto Olivares y se desplazó arrastrándose sobre la montaña de mierda, se puso de pie y un olor fétido salió de su boca, don Augusto se tapó la nariz y evitó vomitar.
—soy tu enemiga, mi fortuna la he forjado pasando por encima de los desafortunados —la mujer sonrió y mostró sus dientes podridos—, aquí tendrás que luchar conmigo y siempre ganaré, porque mi fortuna proviene de los aventajados y tú no lo eres —la mujer empujó el alma gris de don Augusto Olivares y permitió que ésta se revolcara en el fango—; aquí tendrás que expiar tus pecados y yo seré tu verdugo.
La mujer se esfumó y don Augusto cerró sus ojos, en el pasado, entes de su muerte, él fue un completo idiota y trabajó para aquellos seres que buscaban siempre construir el mal, ellos buscaban un beneficio individual a costa de los desdichados seres humanos que los rodeaban, en su actuar, masacraron sus ilusiones, atormentaron sus conciencias y dividieron sus súplicas. El pensamiento de don Augusto no era ajeno al de ellos y muy posiblemente su personalidad podría ser calcada sobre la maldad, aunque para su desdicha, él había nacido para servir.
—Dentro de poco va a aparecer mi tesoro y yo seré el primero en tenerlo —un hombre de unos dos metros de envergadura habló.
—Va a ser difícil que yo gane —don Augusto miro sus manos y entendió su precaria existencia—, no nací para ser rico, en vida siempre lo intenté y caminé por encima de tantas personas valiosas —don Augusto intentó navegar por el fango, pero su cuerpo se quedó inmóvil—; pasé por encima de ti mi amor; mi todo, quiero pedirte perdón tanto como pueda, yo solo deseaba lo mejor para los dos.
—Créeme, todos deseamos lo mejor —un hombre de contextura gruesa, calvo y chaparro contestó los susurros de don Augusto.
—¿Quién eres? —preguntó don Augusto.
—Nací en el seno de una familia apoderada y mi destino ya estaba escrito —aquel hombre caminó por el fango—, para mi familia, mantener el poder era lo más importante y para eso forjaron mi personalidad; mis actos, mis movimientos, tenían que ser estrictamente medidos, yo debía decir mentiras y transformarlas en verdades —aquel hombre abrió sus manos—, no importa mi nombre, creo que fui alguien importante para mi nación, o al menos eso pienso, cree un ecosistema donde el vivo siempre tenía la ventaja, institucionalicé la corrupción e hice que se viese normal ante los ojos incrédulos de mis compatriotas —aquel hombre sonrío—, no importa mi nombre, algunos de los presentes en este fango asqueroso han sido traídos por mis actos y no siento vergüenza por ellos, yo solamente puse el anzuelo y ellos pescaron en río revuelto.
Don Augusto miraba a aquel hombre chaparro y no sentía pesar por él, en su vida trabajó para aquellos hombres y mujeres, y todos le causaban repulsión.
—Mi nombre es Angustia —una mujer se acercó y habló metiéndose en la conversación—, eso que dices es cierto, yo no tuve tanto poder, pero siempre lo busqué —Angustia hizo una mueca de desagrado—, y creo que buscar el poder no es malo, lo malo son los actos que pisotean y pasan por encima de tus seres queridos —Angustia se quedó pensativa por unos segundos—; mi familia me amó y de su parte nunca faltó cariño —ella sonrío—, yo les pagué vendiendo su casa y dejando sus tristes existencias en la calle. Por mi avaricia y ganas de poder inundé mi cabeza de una extraña sensación arrogante, para mi, mis familiares eran simples plebeyos y yo era la mezquindad personificada en una dulce mujer.
—¡Ja! —Enrique se acercó a la conversación y miró a todos los presentes con desagrado—, yo trabajé como una mula de carga, para tener el estatus que siempre soñé, pero aquello solo era una etapa; cuando conseguí mi estatus, siempre había alguien por encima de mi —Enrique inclinó su mirada—; siempre habrá alguien por encima nuestro, de eso estoy seguro.
Don Augusto atendía la conversación con un cansancio en sus hombros ¿Por qué tenía él que escuchar esas palabras? Pero luego entendió que aquella situación era su expiación.
—¿Cómo puedo expiar mis pecados? —preguntó ansioso.
—No puedes —Angustia respondió—, yo por ejemplo soy la angustia —la mujer río a carcajadas—, soy tu angustia y siempre voy a acompañarte; hasta el final de los tiempos.
El hombre chaparro también habló, llevó las manos a su boca y evitó reír.
—No puedes. Yo soy el político que propició tu corrupción y siempre te he de recordar mis actos.
—No puedes —Enrique río a carcajadas junto con los acompañantes—, yo soy tu álter ego y siempre te he de recordar el trabajo que hiciste y siempre te he de recordar el resultado —Enrique frunció el ceño—; ¿Trabajaste duro cierto? ¡y para que!... Sigues siendo el mismo pobre de siempre.
Una campanilla sonó y los susurros comenzaron otra vez; la misma campanilla sonó por segunda vez y una luz brillante de color dorado se encendió al lado de don Augusto, acto seguido, todos los presentes se tiraron encima de él, hicieron que se revolcara en el fango y trataron de coger en sus manos un tesoro fugaz.
Cientos de años pasaron y don Augusto repetía una y otra vez la misma escena, en raras ocasiones recordaba su vida pasada y su olfato se había acostumbrado al olor de la mierda.
Un huracán resopló e hizo que volara el líquido del fango, las heces, la mierda y los cuerpos.
—Ésta no va a ser tu única expiación, lo que hiciste es tan grave, que un solo infierno no bastará para que te perdonen —la mujer con los dientes podridos apareció al lado del alma gris de don Augusto e hizo que su alma cogiera el color natural de los cuerpos —ahora empieza el dolor; el dolor de la carne.
DON AUGUSTO OLIVARES Y SU DIVINA COMEDIA
LUJURIA
Las heces flotaban en el fango verde y se juntaban formando grandes montañas de mierda, en escasas ocasiones se percibían brillos dorados y se escuchaba el sonido de una campanilla cada vez que aparecían ¡Tilin!... Se veía un brillo dorado ¡Tilin!... Se escuchaban los susurros y los cuchicheos como si de conversaciones secretas se tratasen ¡Tilin!... El caos comenzaba y los cuerpos de hombres y mujeres desnudos peleaban unos con otros, algunos se veían gordos, otros flacos, unos se veían calvos, otros tenían grandes melenas, algunos se arrastraban en el fango y viajaban junto con las heces hasta las montañas de mierda, otros se introducían en las revueltas y se revolcaban fieramente hasta salir victoriosos con sus brillos dorados en sus manos; pero finalmente el brillo cesaba y aquellos cuerpos se miraban unos a otros, con ojos tristes, que denotaban un profundo vacío inconsolable.
Don augusto Olivares llegó a la segunda capa del infierno y su olfato sintió un olor familiar, suspiró y sus tripas se retorcieron , tuvo náuseas como nunca; tuvo asco como nunca. Éste es mi lugar y aquí tendré que expiar mis culpas pensó; con sus pies empezó a descender por la montaña de mierda y quiso introducirse en el fango verde para aclimatarse y empezar el acto y la búsqueda del tesoro, pero antes recordó el pasado.
—¡Quiero ser millonario y tener poder! —don Augusto Olivares gritó con exaltación.
Los habitantes del fango lo miraron y se rieron a carcajadas.
—para eso tienes que pelear conmigo —se escuchó la voz de un hombre de mediana edad.
—¡Pues muéstrate, quiero verte! —don Augusto miró sus manos grises—, así sabré quién es mi rival y no caminaré ciego como en el pasado.
Todos los presentes volvieron a reír a carcajadas.
—Aquí, todos somos enemigos —se escuchó la voz de una mujer, con tono jocoso y burlón—, ¿O crees que aquellos avivatos han construido sus fortunas sin pisar a sus rivales?
Una mujer emergió del fango y caminó dejando ver su torso desnudo, se acercó al lugar donde se encontraba don Augusto Olivares y se desplazó arrastrándose sobre la montaña de mierda, se puso de pie y un olor fétido salió de su boca, don Augusto se tapó la nariz y evitó vomitar.
—soy tu enemiga, mi fortuna la he forjado pasando por encima de los desafortunados —la mujer sonrió y mostró sus dientes podridos—, aquí tendrás que luchar conmigo y siempre ganaré, porque mi fortuna proviene de los aventajados y tú no lo eres —la mujer empujó el alma gris de don Augusto Olivares y permitió que ésta se revolcara en el fango—; aquí tendrás que expiar tus pecados y yo seré tu verdugo.
La mujer se esfumó y don Augusto cerró sus ojos, en el pasado, entes de su muerte, él fue un completo idiota y trabajó para aquellos seres que buscaban siempre construir el mal, ellos buscaban un beneficio individual a costa de los desdichados seres humanos que los rodeaban, en su actuar, masacraron sus ilusiones, atormentaron sus conciencias y dividieron sus súplicas. El pensamiento de don Augusto no era ajeno al de ellos y muy posiblemente su personalidad podría ser calcada sobre la maldad, aunque para su desdicha, él había nacido para servir.
—Dentro de poco va a aparecer mi tesoro y yo seré el primero en tenerlo —un hombre de unos dos metros de envergadura habló.
—Va a ser difícil que yo gane —don Augusto miro sus manos y entendió su precaria existencia—, no nací para ser rico, en vida siempre lo intenté y caminé por encima de tantas personas valiosas —don Augusto intentó navegar por el fango, pero su cuerpo se quedó inmóvil—; pasé por encima de ti mi amor; mi todo, quiero pedirte perdón tanto como pueda, yo solo deseaba lo mejor para los dos.
—Créeme, todos deseamos lo mejor —un hombre de contextura gruesa, calvo y chaparro contestó los susurros de don Augusto.
—¿Quién eres? —preguntó don Augusto.
—Nací en el seno de una familia apoderada y mi destino ya estaba escrito —aquel hombre caminó por el fango—, para mi familia, mantener el poder era lo más importante y para eso forjaron mi personalidad; mis actos, mis movimientos, tenían que ser estrictamente medidos, yo debía decir mentiras y transformarlas en verdades —aquel hombre abrió sus manos—, no importa mi nombre, creo que fui alguien importante para mi nación, o al menos eso pienso, cree un ecosistema donde el vivo siempre tenía la ventaja, institucionalicé la corrupción e hice que se viese normal ante los ojos incrédulos de mis compatriotas —aquel hombre sonrío—, no importa mi nombre, algunos de los presentes en este fango asqueroso han sido traídos por mis actos y no siento vergüenza por ellos, yo solamente puse el anzuelo y ellos pescaron en río revuelto.
Don Augusto miraba a aquel hombre chaparro y no sentía pesar por él, en su vida trabajó para aquellos hombres y mujeres, y todos le causaban repulsión.
—Mi nombre es Angustia —una mujer se acercó y habló metiéndose en la conversación—, eso que dices es cierto, yo no tuve tanto poder, pero siempre lo busqué —Angustia hizo una mueca de desagrado—, y creo que buscar el poder no es malo, lo malo son los actos que pisotean y pasan por encima de tus seres queridos —Angustia se quedó pensativa por unos segundos—; mi familia me amó y de su parte nunca faltó cariño —ella sonrío—, yo les pagué vendiendo su casa y dejando sus tristes existencias en la calle. Por mi avaricia y ganas de poder inundé mi cabeza de una extraña sensación arrogante, para mi, mis familiares eran simples plebeyos y yo era la mezquindad personificada en una dulce mujer.
—¡Ja! —Enrique se acercó a la conversación y miró a todos los presentes con desagrado—, yo trabajé como una mula de carga, para tener el estatus que siempre soñé, pero aquello solo era una etapa; cuando conseguí mi estatus, siempre había alguien por encima de mi —Enrique inclinó su mirada—; siempre habrá alguien por encima nuestro, de eso estoy seguro.
Don Augusto atendía la conversación con un cansancio en sus hombros ¿Por qué tenía él que escuchar esas palabras? Pero luego entendió que aquella situación era su expiación.
—¿Cómo puedo expiar mis pecados? —preguntó ansioso.
—No puedes —Angustia respondió—, yo por ejemplo soy la angustia —la mujer río a carcajadas—, soy tu angustia y siempre voy a acompañarte; hasta el final de los tiempos.
El hombre chaparro también habló, llevó las manos a su boca y evitó reír.
—No puedes. Yo soy el político que propició tu corrupción y siempre te he de recordar mis actos.
—No puedes —Enrique río a carcajadas junto con los acompañantes—, yo soy tu álter ego y siempre te he de recordar el trabajo que hiciste y siempre te he de recordar el resultado —Enrique frunció el ceño—; ¿Trabajaste duro cierto? ¡y para que!... Sigues siendo el mismo pobre de siempre.
Una campanilla sonó y los susurros comenzaron otra vez; la misma campanilla sonó por segunda vez y una luz brillante de color dorado se encendió al lado de don Augusto, acto seguido, todos los presentes se tiraron encima de él, hicieron que se revolcara en el fango y trataron de coger en sus manos un tesoro fugaz.
Cientos de años pasaron y don Augusto repetía una y otra vez la misma escena, en raras ocasiones recordaba su vida pasada y su olfato se había acostumbrado al olor de la mierda.
Un huracán resopló e hizo que volara el líquido del fango, las heces, la mierda y los cuerpos.
—Ésta no va a ser tu única expiación, lo que hiciste es tan grave, que un solo infierno no bastará para que te perdonen —la mujer con los dientes podridos apareció al lado del alma gris de don Augusto e hizo que su alma cogiera el color natural de los cuerpos —ahora empieza el dolor; el dolor de la carne.
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