Recuerdo que estaba sentado con un bastón y llevaba puestas unas gafas de sol, no miraba a nadie, simplemente esperaba expectante lo que íbamos a realizar, al verlo en su soledad decidí interrumpir su silencio, me senté a su lado e inicié la conversación, por unos minutos lo sentí seco, pero luego vi y sentí en él ese gran ser que ha aprendido de sus caídas y de sus malas decisiones. —¡Cómo está mi señor! —dije. Él me miró y sonrío. —Bien muchacho —el don se quitó las gafas de sol y miró hacia el frente—, aquí estoy, escapándome un poquito del encierro. —¿Y usted de donde es? —le pregunté. —Muchacho yo soy de Envigado, allá nací, me crié —el don inclinó su cabeza y un silencio se apoderó de la conversación—; allá me volví viejo. Al atender sus palabras sentí una necesidad inmensa de escuchar toda su historia, me acomodé en una silla rimax y guardé la cámara. —¡Me encantaría escuchar su historia, si usted lo desea claro está! —crucé los dedos y esperé su respuesta. Él me miró y soltó un...
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